Volar con Nahum B. Zenil

 

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Volar es quizá el sueño más persistente que la humanidad haya acariciado. Alzar el vuelo, despegar de la tierra, sería la mayor liberación, representaría la mayor plenitud. Volar fuera de lo rastrero de la corrupción y decadencia. Alejarse del cochinero. Sobrevolar por encima de murmuraciones, censura y desprecio. De la hipocresía y la caridad católica.

Fue otro gay, el genio Leonardo, el que más estudio la aerodinámica, y se empeñó en que volar fuera algo más que una fantasía. Gracias a él, ahora el hombre tiene una gran variedad de prótesis para volar: pentes, planeadores, helicópteros, jumbos, jets, cohetes, escobas, alfombras mágicas, zapatillas rojas…

En «Entre nubes de algodón», de Nahum B. Zenil, obra exhibida en “Crisol de masculinidades”, en la Galería José Ma. Velasco, se observa a dos hombres en pleno vuelo, en plena fusión. ¿Es el vuelo consecuencia del goce de la unión? Seguramente.

El cuadro de Nahum no puede ser más universal, más entrañable, más exacto, para representar la unión homosexual. En esa caja se funden sexo, amor y ensueño. Es un erotismo que transporta a otros sitios, que transforma radicalmente al sujeto, que de pronto le permite despegar en lugar de caminar. Que eleva a la pareja por encima de las sábanas. Todo empieza en el sexo, pero solo sexo es demasiado poco. Amor y sexo se equilibran. Amor, sexo y fantasía, es ideal. La representación imaginaria prolonga el placer, transforma el recuerdo de la unión sexual-amorosa. La colocan en su verdadera dimensión, entrañable. Le dan su resonancia onírica.

Sin dejo de cursilería, sin abaratar la fantasía, Nahum B. Zenil recuerda con el pincel. Pintar es recordar e idealizar. Trazar y colorear fija el recuerdo, lo representa tal como fue imaginado, investido afectivamente.

El algodón alrededor de la caja enmarca la unión de los hombres. Un humilde elemento del botiquín de primeros auxilios ofrece a la figuración una poderosa fuerza propulsora.

En todo botiquín, de cualquier casa, hay algodón. De la misma manera, en el fondo de todos nosotros, se aloja el recuerdo de haberse soñado volando. Quizá solo falta que estos elementos entronquen con un recuerdo, con esa pareja anhelada, pero sobre todo con esa sabiduría de estar bien con el otro, con esa técnica de la felicidad que no se aprende en ningún sitio sino en la cama, en la convivencia. Han sido décadas de ver a Nahum B. Zenil con su marido, Gerardo Vilchis. Ellos han dado forma a nuestras aspiraciones de unión. Las imágenes que ha creado Nahum B. Zenil pueblan el imaginario gay. En el origen eran traducción de su experiencia erótica y amorosa. Ahora son símbolo de nuestras aspiraciones y ensueños.

La trayectoria profesional de Nahum coincide con la de su relación, la de su goce, la de su unión. Rara síntesis en el universo gay, por no decir la única.

Que el rastrero de Dabdoub, siga con su camioncito del odio por toda la república atizando animadversión. Entreguémonos a volar: hace falta un compañero. Hace falta embonar, fundirse, gozar. Hace falta una entrega mutua, más allá de cálculos, jueguitos y trampillas, de la estupidez con la que topamos en cada salida al bar, en cada decepción. ¿Cómo lograrlo cuando todos somos anfibios (sapos, para que me entiendan)?

¿Cómo lograrlo, cuando no hay seriedad alguna? ¿Cómo? ¿si no encontramos en el otro más que excusas, postergaciones? ¿Cómo, si el otro no es un ser maduro, autónomo, sólido, un ser con el mínimo valor, con el mínimo arrojo, con la mínima disposición para la aventura y sobrado apetito de aventuras, cuando no hay apertura, cuando el otro no existe en otro espacio y en otra tesitura que la de tomar el último metro? (Quizá ese otro no sea otro que uno mismo.)

Mientras tanto, Nahum vuela ayer, hoy y mañana. Vuela para nosotros que lo vimos en la galería José Ma. Velasco. Volará para quienes se detengan en su cuadro y sueñen con el significado profundo de una imagen hecha con todo aquello que está en el entorno, a la mano. Nahum y Gerardo no están encerrados en una caja entre nubes de algodón. Están en el poder de sugerencia que esta representación posee. En los cielos que nos ofrecen.

Para quien aún se lo pregunte, el arte gay sirve para una cosa: para VOLAR.

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